jueves, diciembre 24, 2009

miércoles, diciembre 02, 2009

El tranvía


Hace unos días Silvia escribió uno de sus magníficos artículos titulado "El autobús" en el que relataba un desagradable sucedido que le tocó padecer. Brava como es, supo apartarse de la manada y actuó como debía.
Sin parecerse lo más mínimo, me vino a la memoria un sucedido que viví en mi época de estudiante de Bachillerato cuando utilizaba el tranvía como medio de locomoción para acudir al colegio. El vehículo era idéntico al de la fotografía (si no era el mismo) y el día, de otoño.
Volvíamos del colegio a mediodía para comer, con el tranvía a tres cuartos de ocupación. Aquellos tranvías tenían dos plataformas, una delantera y otra trasera. En la trasera, por donde subían los pasajeros, tenía un escueto habitáculo el cobrador, casi siempre un hombre huraño y malhumorado, que sacaba los billetes de una máquina pulsando unos botones y tenía las monedas para la vuelta ordenadas en una caja. En la plataforma delantera, por donde bajaban los pasajeros, iba el conductor, que solía ser siempre un hombre delgado y capaz de mantener entre los labios un cigarrillo de liar medio apagado, protegido por una barra semicircular y gobernando unos manubrios, cataclac-clac-clac-cataclac, que a los críos nos parecían chulísimos. A lo largo del vehículo había dos filas laterales de asientos y barras en el techo para agarrarse. Como los asientos eran pocos, casi todo el mundo iba de pie, obvio.
Pues bien, el tranvía a medio llenar en hora punta, llega a una parada en la que se produce un aluvión de pasajeros que suben, mientras que pocos bajan. La irrupción de aquella turbamulta empezó a originar toda suerte de apreturas e incomodidades. Y, en aquel momento, un señor de pueblo que hasta entonces había estado sujeto a la barra sin mayor problema fue arrastrado por la avalancha. Y en medio del fragor exclamó a voz en grito en idioma aragonés:
-¡No empentís, ni arrempujís! ¡Si no cabís, ¿pa qué coño sus metís?!*
Se hizo un silencio sepulcral en el tranvía. La manada quedó muda como por ensalmo ante la exclamación de aquel señor. Parecía como si un sentimiento de vergüenza colectiva se hubiese apoderado de todos los ocupantes. Aquel hombre había derrotado a la masa utilizando un arma infalible: La lógica.

*"No atropelléis, ni empujéis. Si no cabéis, para que diantres os metéis". Nota del traductor.

jueves, noviembre 12, 2009

Cosas de chicas (y 3)

Parece que quedó claro que cuando una chica elige un vestido o decide visitar al cirujano estético es porque quiere estar guapa, o más guapa aún de lo que ya es. ¿Y para "quién" quiere ponerse guapa? He escuchado muchas opiniones al respecto, pero voy a quedarme sólo con tres: Para ella misma, para los hombres, para las otras mujeres.
Posiblemente sea un conjunto, una mezcla de las tres posibilidades. Y, aunque mi amiga la Fatica me prevenga de que no me adentre en arriesgados jardines y Turu vaticine con rigor que me las darán todas en el mismo lado, no me resisto a la tentación de crear una pequeña polémica con este asunto. Por enredar, solamente.
Obvio será que la apreciación masculina limitará en buena medida mi opinión. Como también es obvio que las chicas tienden a volverse un poco herméticas en estos negocios, pues no acostumbran a dar mucha explicación sobre el por qué o por quién se ponen guapas. Propenden a dejarnos adivinar la causa, sobre todo si somos nosotros esa causa; y más vale que seamos capaces de dar con la solución correcta o el misterio sugerido.
-¿No me ves nada distinto?
-Te cambiaste el peinado.
Salvados.
-No, mastuerzo, llevo una blusa nueva.
Condenados.
Pero las chicas siempre perdonan nuestras torpezas y nuestros despistes y siguen poniéndose guapas para nosotros. Y sabemos que es para nosotros porque les sonríen los ojos al mirarnos cuando se han vestido su blusa nueva, esperando que nos guste tanto como a ellas.
Dicen (yo lo escuché en el tranvía, o en el autobús) que las mujeres no se ponen guapas para los hombres, sino para "su" hombre. Bajo el vestido o traje elegante y vistoso, se cubren con una ropa interior más primorosa todavía.
¿Sólo para su hombre? ¿Para si misma? ¿Para otras mujeres? ¿Por qué las mujeres eligen una ropa interior y no otra?
Los hombres, que somos sencillos y planos como el encefalograma de la momia de Tutmosis, tenemos pocas alternativas con respecto a la ropa interior. Las chicas tienen un universo y saben aprovecharlo. Si aplicamos un silogismo hipotético a este asunto de la ropa interior femenina, resultará que ellas son las complicadas y no nosotros.
Cuán importante es en una mujer su ropa interior.
Los chicos nunca llegaremos a las chicas a la suela del zapato. Pero yo este invierno pienso comprarme unos "marianos" monísimos por si hace mucho frío. ¿O no me los compro?

jueves, noviembre 05, 2009

Cosas de chicas (2)

Cuando dos amigas coinciden por azar en la consulta del dentista, se animan mutuamente diciéndose que la anestesia no duele como antes, y que el torno no da tanto miedo. Hablan relajadamente, dentro del nerviosismo que siempre entraña una sala de espera, y hasta podrían ser capaces de contarse un chiste. Pero si ese encuentro se produce en la consulta del cirujano estético, la cosa pinta peor. No pueden disimular la sorpresa ni el desagrado. Se miran de soslayo con una sonrisa dibujada por el enemigo, hablan lo imprescindible y lo imprescindible tiene relación con la meteorología, el tráfico y las obras. El resto de temas es intocable.
El primer pensamiento que les asaltó al encontrarse en la misma sala de espera fue: "¿Por qué ha tenido que venir aquí y ahora, precisamente, esta estúpida?". Aunque es posible que el término estúpida sea sustituido por otro más acerado. Y aquella amiga que antes -o en otro lugar- era un encanto, se ha convertido en el ser más aborrecible, antipático y detestable de la Creación.
Cuando a la que estaba citada en primer lugar le llega su turno, hace una mueca y entra en la consulta. Allí, además de tratar con el médico "lo suyo," intentará indagar "a qué ha venido su amiga Fulanita". Y, hará lo posible por reconvenir a médico y enfermera de que no le digan ni por asomo a la otra el motivo de la consulta. Médico y enfermera se mostrarán incluso molestos de que se ponga en entredicho su profesionalidad. Con la otra sucederá exactamente igual, está claro.
Si el médico o la enfermera tienen algún lazo de amistad o confianza con alguna de ellas, cantarán la Traviata, y una sabrá que "plastia" (como diría mi amigo Turu) le van a hacer a la otra. Y cuando se vuelvan a encontrar en cualquier circunstancia, la que sonría de oreja a oreja será la que sepa lo que le hicieron a la otra.
¡Qué curiosa habilidad tienen las chicas para localizar cualquier trabajo estético, caramba! Basta que uno diga:
-Jo, qué pechugamen tiene Menganita.
Para que contesten despectivamente:
-Bah, operadas.
O que veas a Zutanita y digas:
-Está guapa hoy Zutanita.
-Cómo no va estar, si pasa más tiempo en el quirófano que en su casa.
Ni que tuvieran un nonius en la cabeza para medir mentalmente todo tipo de superficies susceptibles de ser retocadas por un cirujano, y que a los hombres suelen pasarles desapercibidas.
El caso es que a los hombres no suele molestarnos que algunas mujeres sean estéticamente fraudulentas, nos da directamente igual. Pero entre ellas se lo ocultan, lo denostan. ¿Por qué lo harán?

miércoles, octubre 28, 2009

Cosas de chicas (1)

Una de las cosas que más puede descomponer a una mujer es que otra mujer lleve su mismo modelo de vestido. Los hombres no solemos fijarnos en éso, y, si lo hacemos, lo tomamos a chufla. Pero ellas, se pueden enfurecer hasta límites insospechados.
En una boda muy distinguida asistí a un espectáculo "delicioso". La esposa de un amigo iba puestísima y monísima con su vestido de color "no me acuerdo ahora". Transcurrió la ceremonia, nos reunimos los asistentes en el atrio para intercambiar saludos refinados y gentiles y la antedicha cumplimentó ostensiblemente a otra amiga. Ya en el vehículo que nos llevaba al restaurante donde se celebraba el banquete, mi amigo, entre extrañado e incrédulo le dijo a su esposa:
-Ya he visto que has estado muy efusiva con Fulanita (Fulanita era esa otra amiga que había sido exnovia de mi amigo y a la que su mujer no conocía personalmente).
-¿Yooo? ¿Es que estaba en la iglesia?
-Claro -tercié yo, haciendo mal tercio- la morena del vestido negro que has besuqueado con tanto entusiasmo.
-¡Por favor! ¡Qué vergüenza! -exclamó ella irritada.
Se acabaron los tercios porque la cara de la esposa de mi amigo empezó a adquirir unas tonalidades peligrosas para los cercanos, y seguimos el trayecto hablando del tiempo, de lo guapo que estaba nuestro amigo el novio, y del último partido de liga de fútbol. Ella estaba realmente enojada.
Una vez en el bar del hotel, tomando el aperitivo y cuando parecía que había escampado, sobrevino la catástrofe. Un matrimonio amigo que no pudo acudir a la iglesia se reunió con nuestro grupo. Y quiso el destino funesto que la esposa vistiera un modelito idéntico, pero idéntico, a la antecitada mujer de mi amigo. Los hombres, ante esas circunstancias bromeamos con la casualidad, quizá porque todos vamos muy parejos, con traje oscuro preferentemente azul marino. Pero ellas, nooooo. Ambas quedaron boquiabiertas como si aquello no pudiera estar sucediendo, como si fuera un mal sueño del que van a despertar enseguida. Claro que cuando tienes que sentarte a la mesa con otra mujer vestida exactamente igual que tu, el espíritu femenino no puede por menos que rebelarse. Y en una boda tan finolis no se puede increpar a voces a la otra por su elección del vestuario, ni liarse a mamporros, sino que hay que guardar una sutil y discreta compostura, forzar la sonrisa y rezar para que pase pronto de ellas este cáliz de sufrimiento.
La rechifla se palpaba en el ambiente, y algún destarifado la atizaba con comentarios tales como: "Caramba, sois del mismo colegio", ó "habéis venido de uniforme". Yo cerraba los ojos pensando que de un momento a otro volarían tenedores y cuchillos y nos encontraríamos sin comerlo ni beberlo en La matanza de Texas, pero en el Gran Hotel.
Afortunadamente todos salimos airosos e indemnes, y me consta que ambas mujeres siguen siendo amigas, aunque creo que si van invitadas a una boda, se telefonean antes para saber el atuendo de cada cual.

domingo, octubre 18, 2009

Lenguaje evolutivo

Hasta hace relativamente poco tiempo, decirle a alguien en castellano que era un "niño gótico", equivalía a tacharle de jovencito presuntuoso e insustancial, amén de cursi (según acepciones recogidas por el DRAE).
Pero si ahora llamamos a una persona "gótica", una importante mayoría de la población creerá que nos estamos refiriendo a un individuo perteneciente a una subcultura en la que prima una estética negra, con ornamentos oscuros, siniestros, tétricos y lúgubres.
Ahora les toca elegir a ustedes que acepción les gusta más.

martes, octubre 13, 2009

Fiestas de pueblo

En mi ciudad estamos en fiestas. Y, aunque la población roce los 700.000 habitantes, las fiestas son de pueblo. No voy a entrar en detalles porque no me apetece, pero me ha venido a la memoria una historia que me contaron y que sucedió no hace demasiado tiempo.
En el Ayuntamiento de un pueblo cuyo nombre recuerdo perfectamente, pero no voy a decir, alcalde y concejales preparaban el programa de fiestas patronales. Andaban algo mosqueados porque en el pueblo de al lado, con el que les unía una cariñosa enemistad, habían recuperado una vieja tradición para sus fiestas, consistente en una especie de comparsa de cabezudos. Y éstos no querían ser menos, de modo que se habían puesto a buscar alguna tradición que llevarse a las fiestas. Una encontraron. Parecía ser que hubo una procesión en la que acompañaban al santo por todo el pueblo unos alabarderos con vistosos uniformes y alabardas de más de dos metros. Pusiéronse manos a la obra, desempolvaron los trajes, los restauraron y remozaron las alabardas con todo lujo y esplendor.
Con todo preparado, se produjo el conflicto. En la calle de acceso a la plaza había un arco bajo el cual pasaba la procesión. Y los soldados no podían atravesarlo con las alabardas enhiestas.
-Pues habrá que cortar las lanzas -propuso uno.
-¿Cómo se van a cortar las lanzas si tienen tanta antigüedad?
-Pero mira que sois burros... Se desmonta el arco.
-¡Si desmontamos el arco se viene abajo la casa del Emerenciano!
El secretario del ayuntamiento, que era de ciudad, los miraba atónito y despavorido ante las tropelías que aquellos munícipes eran capaces de cometer. Casi en un susurro, se dirigió a ellos:
-Disculpen, señor Alcalde, señores concejales. Pero, dado el tamaño de las alabardas y la altura del arco, en vez de tocar unas u otro, ¿no sería más prudente que los soldados se agachasen con la lanza al pasar bajo el arco? Así no habría que modificar nada...
Los concejales, tras unos momentos de reflexión, prorrumpieron en aplausos y vivas a aquel pobre secretario de ayuntamiento que acababa de solucionarles el grandísimo problema. Y el alcalde, se dirigió a sus ediles:
-Si es que, no hay como tener estudios.

jueves, mayo 21, 2009

Comida en el Thermidor

"El Thermidor era un minúsculo restaurante recién abierto, en el que todo había sido elegido escrupulosamente para obtener un conjunto refinado y abrumador: Los porteros negros, las pantallas moradas, la vajilla de esmalte y de cristal de roca, los grandes búcaros donde se desmayaban lirios, la orquesta de cosacos que entonaba melodías lúgubres de estepa arrasada por un ciclón y la dentadura postiza del maître.

-Sentémonos en esta mesa -indicó Perico Espasa-. El camarero es amigo y...
-No. Nada de camareros amigos -rechazó Federico-. Un camarero amigo es siempre demasiado amable; nos pregunta si nos hemos casado ya; nos habla del último éxito literario; nos aconseja que no pidamos mariscos, porque aquél día no han llegado frescos y no nos permite que comamos ternera, porque precisamente es de anteayer y está podrida. No, no... Nada de camareros amigos y amables. Me gusta que los criados sean mudos y que los mariscos estén pochos, y que la ternera haya sido muerta durante la primera guerra carlista.

Cruzaron el salón al ritmo lento de La Russalka, de Dargomijsky, que la orquesta de cosacos ejecutaba como ejecutan siempre los rusos: en masa y creyendo en serio que hacen algo importante para el progreso del Mundo.
El salón de Thermidor se hallaba medio vacío, como los pantanos de la provincia de Huesca.
Diez o doce personas comían entre bisbiseos tenues de conversaciones y esguinces de fatigado snobismo. Sólo se oían claramente las voces de tres ingenieros que discutían, entre plato y plato, un problema de resistencias y no pensaban que el verdadero problema de resistencia era oírles diez minutos sin darles un silletazo. Desde la mesa central un viejo cínico le hacía gestos a una dama que se hallaba frente a él en compañía de su marido y de un pollo delgadísimo (del que ya se había comido un muslo). La dama le agradecía al viejo Don Juan su cinismo, pero no le perdonaba sus setenta años, así es que le rechazó tácitamente, dedicándole al marido, de allí en adelante, todas sus palabras y todas sus sonrisas. (Hay una época en el matrimonio en que la esposa sólo se comporta agradablemente con el esposo para mostrarle su desagrado a un seductor o para que no note que un seductor le es agradable.) Más al fondo comían dos enamorados, que denunciaban lo reciente de su pasión cambiando entre sí el contenido de sus platos: porque el amor sólo es intercambio (de alimentos, de besos, de caricias, de espasmos, de lágrimas, de reproches, de insultos, de injurias; y -a veces, cuando los amantes son personas educadas- de bofetadas; y -frecuentemente, cuando los enamorados son seres exquisitos- de gonococos). Junto a la mesa elegida por Federico, una mujer sola (cabellos negros, pupilas azules, boca pálida y tez color noche de bodas) consumía en silencio unas setas con mermeladas. Su pensamiento parecía estar lejos de las setas, pero su corazón sin duda estaba cerca de las mermeladas."

(Extracto de la novela “La Tournée de Dios”, de Enrique Jardiel Poncela. Editorial Biblioteca Nueva. Madrid. 1932.)

lunes, abril 27, 2009

Cencerrada en la calle de los Viejos

Hubo en pueblos y ciudades de España una costumbre —hoy desterrada— que consistía en aporrear desapaciblemente cencerros y otros artilugios similares para burlarse en la noche de bodas de aquel que se había casado con una viuda. Era lo que se denominaba dar cencerrada. Imagino que el origen de tal actividad nacería de los atavismos de la prepotencia de la mayoría de los varones respecto a las mujeres al considerar que éstas debían llegar incólumes al matrimonio. Si uno se casaba con una viuda tal doncellez se suponía que brillaba por su ausencia. Y había que mofarse del tipo. Con el paso del tiempo el varón fue adquiriendo cordura y talento (o eso se supone) y fue extinguiéndose tal usanza. Si hoy en día se mantuviera la costumbre de dar cencerrada a los que se casaban con una dama en segundas nupcias la barahúnda sería diaria e insoportable.
Hace unos años topé en la hemeroteca con una referencia (que no tenía nada que ver con lo que yo estaba trabajando, porque el abajo firmante está mal de la cabeza pero no hasta el extremo de buscar referencias de cencerradas) que considero una joyita de la información periodística. Se publicó el día 30 de septiembre de 1917 en el diario Heraldo de Aragón y la transcribo íntegra:
"Un vecino de la calle de los Viejos requirió ayer el auxilio de la Policía con muchísima razón. Desde hace dos noches el denunciante y otros vecinos de la misma casa son víctimas de unas cencerradas insoportables que les dan unos mozos so pretexto de que uno de los vecinos se ha casado con una viuda.
Además resulta que se han adelantado a los acontecimientos porque la viuda no se ha casado aún. La crueldad de los murguistas llega al extremo de que no se conforman con dar la cencerrada en la calle sino que, además, suben a la casa y aporrean las puertas como si cada uno no tuviera su alma en su armario y no pudiera casarse con quien le conviniera.
Para evitar la lata y el atropello el Jefe de Policía ordenó a dos de sus agentes que se sitúen en el lugar del escándalo para evitarlo en lo sucesivo".
No pude averiguar quién era el autor del artículo, pero no me negarán que la redacción es deliciosa. Al día siguiente no se hablaba de otra cosa en la ciudad y más de un curioso se daría un garbeo por la calle de los Viejos —que debe su nombre a que en tiempo inmemorial vivieron en dicha calle tres caballeros exageradamente provectos y existe aún en el casco histórico— para cotillear quién era el de los desposorios. O para entender en qué consistía éso de "tener el alma en el armario", que yo les confieso que no he podido comprenderlo.

lunes, abril 20, 2009

Animus jocandi

Los políticos de cualquier época y tendencia han tratado siempre con desdén -cuando no con desprecio- a la cultura. José Solís fue un ministro de Franco (a mayor abundamiento Ministro Secretario General del Movimiento) nacido en la localidad cordobesa de Cabra, que iba por la vida de risueño y simpaticón. "La sonrisa del régimen" llegaron a denominarle.
En una visita oficial a un centro de enseñanza, tuvo a bien dar un consejo a los educandos: "Más gimnasia y menos latín", entre risas y jacarandas. Quizá quería estimular una campaña estatal de aquel entonces que decía "Vive deportivamente" con el vigoroso fin de que los españoles hicieran deporte. O quizá lo dijo con cierta retranca hacia los tecnócratas del Opus Dei que andaban al alza en las preferencias del caudillo.
Parece ser que tras escuchar la frasecita de marras, un maestro de algún perdido colegio o escuela de España amante del latín, le envió una carta. Digo parece, pues toserle a un ministro de Franco no era tarea fácil y menos salir indemne del catarro, (de ahí que esta anécdota entre en la categoría de leyenda urbana). El caso es que la carta trascendió y su párrafo más sublime venía a decir:
"No menosprecie el latín, señor Solís, pues gracias a él usted, que nació en Cabra, es egabrense"

lunes, abril 13, 2009

Orgullo y muerte de un rey


Para concluir este brevísimo viaje al medievo de la cruzada contra los cátaros comentada en las dos anteriores entradas, nos acercaremos a la batalla de Muret. En 1213 el rey de Aragón seguía con atención preocupada los progresos militares de los barones franceses en tierras del Languedoc, feudatarias de su reino. Le interesaba mantener su influencia sobre ellas y estaba obligado a protegerlas.
Al principio se contentó con la vía diplomática y presionó ante el papa para que sus derechos fueran respetados pero, después, viendo que no cabía más respuesta que la fuerza, reunió a su ejército y pasó los Pirineos para reforzar a los languedocianos en una batalla feroz contra los cruzados. Los dos ejércitos se enfrentaron en Muret, el 13 de septiembre de 1213. Se alzaba con la victoria el rey de Aragón, experto militar que ya tenía en su haber una destacada intervención en la batalla de las Navas de Tolosa, librada el año anterior. Pero cuando ya la batalla parecía decidida a favor de los aragoneses, la muerte del rey alteró el resultado final y -probablemente- el de la historia de Francia.
Según la versión más aceptada de los hechos, algunos caballeros franceses se habían juramentado para acabar con el rey de Aragón, de quien sólo conocían su elevada estatura. Por lo tanto se dirigieron contra un corpulento caballero que combatía en la vanguardia de la hueste real y, dando con él en tierra, lo alancearon.
-¡Pedro ha muerto! -exclamó uno de los franceses- ¡Hemos matado al rey de Aragón!
Al escuchar los gritos que lo daban por muerto, el verdadero Pedro de Aragón, caballerosamente orgulloso, no pudo reprimirse y levantando un poco la visera del yelmo replicó:
-¡Os equivocáis, porque el rey de Aragón soy yo!
Entonces los cruzados lo acometieron con renovados bríos y consiguieron acabar con él. En cuanto corrió la noticia el bando languedociano flaqueó y la lucha se decidió en favor de los cruzados. Allí se esfumaba la última oportunidad de independencia del Languedoc y de supervivencia del catarismo.
Pedro II de Aragón murió excomulgado por el mismo papa que le había coronado. Recogido por los Hospitalarios, su cadáver permaneció enterrado en Toulouse hasta que el papa Honorio III permitió que fuera trasladado y enterrado en el panteón real del monasterio oscense de Sijena en 1217.

lunes, abril 06, 2009

Cruzada

Al hilo de la entrada anterior, en la que comentábamos la leyenda de la coronación de Pedro II el Católico, nos acercaremos ahora al sitio de la ciudad de Bèziers, en el Languedoc francés, durante la cruzada que el papa Inocencio III lanzó contra la herejía albigense.
Tradicionalmente la cruzada contra los cátaros se ha presentado como un conflicto meramente religioso. Es más compleja la realidad. Fue también una empresa de conquista para los barones del Norte de Francia y su rey; los barones ambicionaban las riquezas del Sur y el rey de Francia deseaba extender su influencia hasta los Pirineos, recelando del dominio amistoso del rey de Aragón en la región del Languedoc. Fue, incluso, una cruzada social, ya que los fundamentos ideológicos del sistema feudal -establecido sobre la presunta superioridad de la aristocracia- estaban siendo refutados por el creciente poderío de la burguesía ciudadana.
Como todo el mundo sabe, el ejército cruzado acampó frente a Béziers el 22 de julio de 1209. Las autoridades de la ciudad se negaron en redondo a entregar a sus conciudadanos herejes: "Preferimos perecer ahogados en el mar antes que entregar a nuestros vecinos y renunciar a nuestras libertades". Los cruzados sitiaron la ciudad y se prepararon para asaltarla.
Lo que quizá algunos no sepan es que la víspera del día señalado para el ataque, uno de los jefes militares fue a consultar al legado pontificio:
-Cuando entremos en la ciudad, ¿cómo haremos para distinguir a los buenos católicos de los herejes?
A lo que el legado del Papa, después de una breve reflexión, respondió:
-Matadlos a todos, que Dios reconocerá a los suyos.
Y así lo hicieron. Los feroces cruzados asaltaron la ciudad y la mayor parte de su población pasada a cuchillo. En un solo día se calcula que perecieron ocho mil personas.

jueves, marzo 26, 2009

Coronación


Todo el mundo sabe que en la Edad Media los pontífices de la Iglesia católica coronaban a los reyes de una forma peculiar: Imponían la corona en la testa de los soberanos con los pies, en lugar de con las manos, resaltando así una preeminencia del poder espiritual de la Iglesia sobre el terrenal poder de los monarcas.
Lo que algunos ignoran es que Pedro II de Aragón se hizo coronar por el Papa Inocencio III el 11 de noviembre de 1204; y lo hizo con una corona de pan blando, con lo que el Pontífice hubo de utilizar las manos en lugar de los pies.

sábado, marzo 21, 2009

Cuestión de centímetros


Es mediodía del sábado ante la puerta de la iglesia del Carmen. Hay una boda y los invitados se agolpan alrededor de la pareja de novios recién casados. La novia es guapa, porque todas las novias siempre están guapas, y el novio tiene cara de pájaro embobado aunque resulta aceptablemente apuesto.
Un poquito más lejos del grupo de invitados, sentados en las escaleras de la iglesia, se desparraman al sol unos cuantos menesterosos que esperan la hora de acceder al comedor que los carmelitas tienen en los bajos de la parroquia, donde sirven casi trescientas comidas calientes diarias a transeúntes, pobres y necesitados.
Los invitados a la boda visten ad hoc, de boda. Trajes oscuros ellos y vestidos largos y vaporosos ellas. A bastantes se les nota incómodos por la falta de costumbre de vestir traje y corbata. Evitan mirar a los indigentes y casi conforman un círculo defensivo como solían hacer los vaqueros en las películas del oeste cuando les iban a atacar los comanches.
Los menesterosos parecen sentirse a gusto en la ropa usada que les han dado en la misma parroquia o en algún ropero. Miran a los invitados de forma distraída, como si contemplasen un espectáculo callejero que pasa diariamente. Casi todos tienen la derrota pintada en la cara, sin importar las diferencias de edad y de origen geográfico que hay entre ellos.
Invitados e indigentes pertenecen a dos mundos lejanos, pero en ese momento están muy cerca. Apenas unos centímetros separan el oropel de la miseria.

domingo, marzo 15, 2009

Tiempo de cuplé

En nuestra habitual tertulia, mientras removía con parsimonia el azúcar de mi café, canturreaba por lo bajinis un viejo cuplé. Al levantar la vista comprobé que mis amigos me observaban entre condescendientes y divertidos; condescendientes ante mi escasa capacidad musical y divertidos por la tonadilla: "La Lola dicen que no duerme sola, pues han visto a un mozalbete y no saben dónde se mete, mete, mete...". Un clásico de los cuplés, vaya.
Coincidimos todos en lo jocoso de aquellas letras y en la habilidad de sus autores para dotar a las frases de un doble sentido insinuante y sugestivo. Convinimos en que —por regla general— nos seducía mucho más lo sugerente que lo explícito.
Cuando La Chelito cantaba Un paseo en auto, el público llegaba a corear aquella estrofa:
Tanto sufría yo
al mirar que el ahogo
no lograba que aquello marchara,
que por fin me arriesgué
y al muchacho ayudé
para que su motor funcionara.
Y la sicalipsis podía alcanzar cotas inimaginables ante el voluptuoso contoneo de sus caderas mientras, con sonrisa angelical, utilizaba un tono entre la inquietud y el desmayo inminente cantando: "Tengo una pulga dentro de la camisa, que salta y corre y loca se desliza".
El pícaro doble sentido que las letras de los cuplés provocaban entre las gentes hacía que imaginasen vaya usted a saber qué ilusiones o delirios:
"Tengo un jardín en mi casa
que es la mar de rebonito,
pero no hay quien me lo riegue
y lo tengo muy sequito".
Ya no se oyen cuplés, ni tonadillas galantes provocadoramente sugestivas. En general se tiende a lo sumamente explícito en todos los órdenes, privándonos del derecho a la imaginación y la fantasía. Quedan arrumbados los ensueños y las quimeras ante la expresa y desustanciada realidad.
"Ven, y ven, y ven,
chiquillo vente conmigo,
no quiero
para pegarte, mi vida,
ya sabes pa' lo que digo
".
Y es que... No hay nada más erótico y sugestivo que, entre una pareja que se desea, cualquiera de ellos diga: Ven...

lunes, marzo 02, 2009

Siempre hay esperanza

Un comediógrafo fracasado se quejaba con amargura al novelista francés Anatole France de lo despiadadamente que la crítica lo había tratado. El novelista se afanaba en consolarle, pero no lo conseguía:
-¡Estos críticos son todos unos imbéciles! -despotricaba el autor teatral-. Desengáñese, maestro, ¡la tontería no tiene cura!
A lo que France respondió con tono amable:
-No desespere usted, no desespere.

domingo, febrero 22, 2009

Matrimonio abierto


Todo el mundo sabe que Manuel Filiberto de Saboya-Aosta, duque de Aosta y Apulia e hijo de Amadeo I, fue príncipe de Asturias durante dos años.Pero lo que no saben algunos es que en su matrimonio con la princesa Elena de Francia reinaba la felicidad porque uno no se metía en la vida del otro. Lo que hoy llamaríamos una "pareja abierta". Ninguno de ellos se consideraba obligado a la fidelidad conyugal siempre que las cosas se "hiciesen" con discreción y estilo.Cierta noche en un lujoso hotel de Livorno el ex príncipe de Asturias, que se encontraba en una habitación con excelente compañía, escuchó a través de la pared de la estancia contigua unos quejiditos femeninos harto familiares. Picado por la curiosidad llamó por teléfono al portero preguntando quién se hospedaba en la estancia de al lado. El empleado, pensando que se trataba de una pregunta de mero trámite, respondió que su ocupante era la duquesa de Aosta.A la mañana siguiente Manolo (así le llamaban en casa) muy galante, envió a su mujer un ramo de rosas con el siguiente billete: "Espero que hayas pasado una buena noche, cariño".

lunes, febrero 16, 2009

Después

En mis manos se ha agitado un personaje desnudo y lo he procurado vestir de alma. ¿Mi alma propia o la que he creado para este personaje? No, no soy yo. Me puse mis máscaras ideales para engañar al público, para cautivarlo, conmoverlo. Me he desprendido de mi mismo para ser otro. He intentado que la palabra fuese la voz del amor, de los huesos y de la sangre. Palabra que teje la vida: Pasión, soledad, dulzura, muerte... Aunque, al final, cuando haya descendido el telón, todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia.
Vuelvo a ser yo. Un hombre, simplemente.

lunes, febrero 09, 2009

Antes

Tengo miedo. Tengo miedo a la lluvia, y a esos pájaros de nubes que avanzan lentamente grises. Y al silencio que viene conmigo a todas partes. Tengo miedo a la palabra olvido.
Me asomo a ese océano inevitable para dejar mis palabras desnudas, sin velos, en el aire, sintiéndome como un viajero que llega a una estación donde no le espera nadie.
Tengo miedo a pensar que una palabra, un gesto, la efímera existencia de una mirada no correspondida pueda romper la figura azul del mar.
Pero sube el telón y dejo de ser yo.

jueves, enero 29, 2009

Horas extras


El actor austriaco Franz Johan llegó a España en 1942 formando parte de la compañía de teatro Los Vieneses, que había fundado y dirigía Artur Kaps. La compañía estaba especializada en revistas y operetas, y contaba también con la marionetista Hertha Frankel, que se hizo muy famosa en la televisión española de los años 50 y 60 con su "perrita" Marilyn.
Dada la permanencia de éxitos de Los Vieneses en Barcelona, Franz Johan compró un hotelito cerca del Tibidabo.
Por exigencias de la profesión estuvo durante bastante tiempo fuera de Barcelona y fuera de España, y cuando volvió se creyó en el caso de hacer algunas obras de reparación y de embellecimiento en el hotelito, para lo cual mandó llamar a unos albañiles. Eran dos auténticos especialistas en eso de dejar hechos unos brazos de mar los hoteles ("torres", que dicen en Barcelona).
Tan bien hacían el trabajo y tanto mejoraba de día en día, que Franz Johan se creyó en la obligación de felicitarlos.
-Muy bien. Admirable. Lo hacen extraordinariamente bien.
Y se creyó también obligado a agradecerles de alguna manera su rapidez y su eficiencia, por lo que añadió:
-Ahí van estas entradas para que vayan esta noche a ver nuestro espectáculo. Estoy seguro de que pasarán un buen rato.
Los dos obreros se fueron tan contentos a ver a Los Vieneses, y salieron encantados.
Al día siguiente terminaron su trabajo en el hotelito de Franz Johan, y éste les pidió la factura. ¡Por poco cae al suelo desmayado! No era que hubieran cargado la mano al escribir los números y aquello fuese demasiado caro. Para lo bien y rápidamente que lo terminaron, le parecía hasta barato. Pero su estupefacción se debía a una causa bien distinta: Los dos obreros, después de consignar el gasto de materiales y la mano de obra... ¡Le habían puesto dos horas y media extraordinarias -y con el consiguiente recargo del trabajo nocturno- por el tiempo que ambos invirtieron en asistir a la representación de Los Vieneses a la que habían sido invitados por Franz Johan! Y eso que no había crisis...

Ilustración: Representación de Campanas de Viena en el Teatro Cómico de Barcelona.
Autor: Alcayna.

lunes, enero 19, 2009

Piel conquistada


Jugaba a poner el pie en el círculo blanco del destino, como si pretendiera exorcizar todas las magias.
-Me he vestido desnuda con tu piel, mi amigo.
La tormenta parpadeaba en la noche brillante de sus ojos.
Nada ni nadie pudo destruir el silencio. Desapareció en un sorbo de sus labios.
-Me he vestido desnuda con tu piel, mi amigo.
Le había conquistado.

domingo, enero 11, 2009

Recuerdos de niebla


Casi siempre lo que tendemos a atribuir de manera confiada a la memoria -ese hecho, esa escena prendida con alfileres que hemos rescatado del olvido- no es más que una narración que se desarrolla en nuestra mente y que, con mucha frecuencia, se transforma al ser contada. Hay un eterno conflicto de intereses emocionales que se orquestan para que la vida llegue a ser alguna vez plenamente aceptable, y suele ser misión del narrador que las cosas se ajusten a este fin. La niebla del recuerdo es densa y el narrador se aviene a disiparla con sus palabras. El pasado y la memoria están envueltos en la niebla. El narrador distorsiona lo que fue real. Cuando hablamos del pasado mentimos.
Aunque las cicatrices nos recuerdan que aquello que vivimos fue real.