La literatura y el cine tienen un vínculo afectivo importantísimo, aunque entre ambos exista una diferencia de edad notable. Cada vez más, nos vemos sumergidos en el fenómeno "imagen", que arrastra consigo todo el bagaje que le ha proporcionado la cultura anterior. Antes de que una idea o sentimiento pudiera traducirse en imágenes fílmicas el hombre ejercitó ampliamente su imaginación a través de todas las artes. Arquitectura, pintura, escultura, música y, sobre todo, literatura iban a realizar descubrimientos de enorme utilidad para la expresión cinematográfica, aunque supusieran en muchas ocasiones motivo de estorbo y encarcelamiento para élla.
El cine, pues, tiene una deuda permanente con la literatura ya que acude a sus fuentes para adaptar a su medio novelas, narraciones y obras teatrales. Claro que de una obra literaria bella no siempre se sigue una versión cinematográfica convincente, y los fracasos padecidos en muchas adaptaciones fílmicas inducen a pensar que resulta más fácil hacer buen cine partiendo de una buena idea, que a partir de una narración literaria o una composición escénica. Aunque tampoco hemos de caer en el extremo contrario y afirmar el supuesto postulado de que el contenido determina la expresión de manera definitiva e invariable, pues de toda novela no sale siempre una mala película; hay auténticos éxitos de adaptación. Incluso de auténticos ladrillos literarios se ha conseguido elaborar una aceptable película.
El cine ha hecho populares unos textos y los ha llevado a un mayor número de personas. Hoy en día el hábito de leer no está muy extendido y el tiempo es un bien escaso, por lo que una película nos facilita en un plazo aproximado de dos horas engullir una historia que nos duraría leer dos semanas, siempre según la rapidez de lectura y el tiempo libre de cada cual. Una entrada de cine viene a costar alrededor de cuatro ó cinco euros y es poco común el libro que baje de los diez. Cuestión de economía; menos tiempo, menos dinero.
Y, respecto a la penuria del hábito de lectura, me viene a la memoria aquel chico que tan apenas leía un libro y quiso impresionar a una chica que sí devoraba libros y, además, le gustaba comentarlos con sus amistades. Pues bien, en un intento desesperado por hacerse agradable a sus ojos y con un esfuerzo considerable que casi le cuesta una enfermedad, se metió entre pecho y espalda "Ana Karenina" con el fin de barnizarse un poquito de cultura y poder deslumbrarla comentándolo con ella. Cuando alguien le comentó que sobre el drama de Tolstoi se habían hecho tres adaptaciones cinematográficas (una interpretada por Greta Garbo y otra por Vivian Leigh) no pudo por menos que exclamar: "¡Si llego a saber que estaba la película...!"
Pero es muy diferente la sensación y el sentimiento que nos producen una novela y su adaptación fílmica. En la novela se cede un amplio margen a la imaginación del lector. Cuando de niños leíamos una novela de Salgari nos creábamos la forma de los barcos, el contorno de las islas, el color del horizonte. La novela nos describe situaciones, circunstancias, paisajes y personajes; nos define caracteres mientras que el cine nos los presenta existentes. Al leer, nosotros imaginamos, ponemos rostro al personaje, pintamos colores al paisaje; el cine nos lo da todo hecho, ofrece el rostro, nos enseña el paisaje y, después de haber visto la película, el rostro de John Silver que habíamos forjado en nuestra mente mientras leíamos "La isla del tesoro" se habrá transformado, para siempre, en el de Wallace Beery; nada nos apeará de esa materialización, aunque intuyamos que aquel rostro pudiera tener otras facciones. Yo sé que para B., el Tom Booker de la novela de Nick Evans "The horse whisperer" será Robert Redford por los siglos de los siglos.
Así es el mundo mágico del cine, nos diseña una realidad que vemos con los ojos y que antes habíamos imaginado en nuestra mente leyendo una novela. Se produce entre ambos, cine y literatura, ese matrimonio razonablemente avenido en el que ambos contendientes tienen que recurrir al mutuo respeto para convivir sin enfrentamientos, aceptando el hecho de que cada obra es buena o se hace grande por sí misma, y que en el momento que es alterada se convierte en otra, ni mejor, ni peor sino diferente.
¿Hay, amable lector que llegaste de visita, alguna adaptación literaria llevada el cine que te haya gustado especialmente? El abajo firmante, como es un raro, se siente atraído por la versión de "El tercer hombre", de Graham Greene, dirigida por Carol Reed en 1949.